09. Las persecusiones | Actas e historias

09. Las persecusiones | Actas e historias

¿Son cuentos lo que sabemos de los Mártires de Roma? No. Son historias rigurosamente auténticas según las Actas oficiales del Imperio. Como ejemplos, sólo algunos casos, tomados de las “Actas de los mártires” (BAC, 1968).

 

Las ACTAS eran oficiales, los cristianos lograban hacerse con ellas y solían añadir una breve introducción y una conclusión propia a lo que escribía el secretario del tribunal. Y las HISTORIAS que traemos son tan auténticas que no hay historiador moderno que las rechace. Lo leemos todo con verdadero placer espiritual.

Los Mártires de Escilio, insignificante localidad del Norte de África, constituyen un caso especial. Tienen unas ACTAS tan sencillas como bellas. Era a mitades de Julio del año 180. Un grupo de cristianos, capitaneados por Esperato, son presentados ante el tribunal del procónsul Saturnino, que les propone: -Pueden alcanzar perdón de nuestro señor, el emperador, con sólo que discurran bien… Esperato dijo: -Jamás hemos hecho mal a nadie; jamás hemos cometido una iniquidad; por lo cual, obedecemos a nuestro emperador… El procónsul Saturnino, dijo: -Nosotros juramos por el genio de nuestro señor, el emperador, y hacemos oración por su salud, cosa que también ustedes deben hacer… -Esperato dijo: -Si quisieras escucharme con tranquilidad… Saturnino dijo: -Yo no puedo prestar oídos a una explicación que consiste en vilipendiar nuestra religión; más bien, juren por nuestro señor, el emperador… Esperato dijo: -Yo no reconozco el Imperio de este mundo, sino que sirvo a aquel Dios a quien ningún hombre puede ver con estos ojos de carne. Por lo demás, yo no he robado nunca; si ejerzo algún negocio, pago puntualmente los impuestos, pues conozco a mi Señor, Rey de reyes y Emperador de todas las naciones… El procónsul Saturnino dijo a los demás: -No quieran tener parte en esta locura… Citino dijo: -Nosotros no tenemos a quien temer, sino a nuestro Señor que está en los cielos… Donata dijo: -Nosotros tributamos honor al César como a César; mas temer, sólo tememos a Dios… Vestia dijo: -Soy cristiana!… Segunda dijo: -Lo que soy, eso quiero ser… Saturnino procónsul dijo a Esperato: -No quieren un plazo para deliberar?… Esperato dijo: -En cosa tan justa, sobra toda deliberación… El procónsul Saturnino dijo: -¿Qué llevan en esa caja? -Esperato dijo: -Unos libros y las cartas de Pablo, varón justo… El procónsul Saturnino dijo: -Les concedo un plazo de treinta días para que reflexionen… -Esperato dijo de nuevo: -Soy cristiano… Y todos asintieron con él… El procónsul leyó de la tablilla la sentencia: -Esperato, Nartzalo, Citino, Donata, Vestia, Segunda y los demás que han declarado vivir conforme a la religión cristiana, puesto que habiéndoseles ofrecido facilidad de volver a la costumbre romana se han negado obstinadamente, sentencio que sean pasados a espada… Esperato dijo: -¡Damos gracias a Dios!… Nartzalo dijo: -Hoy estaremos como mártires en el Cielo. ¡Gracias a Dios!… El procónsul Saturnino dio orden al heraldo que pregonara: -Esperato, Nartzalo, Citino, Veturio, Félix, Aquilino, Letancio, Jenaro, Generosa, Vestia, Donata, Segunda, están condenados al último suplicio… Todos a una dijeron: -¡Gracias a Dios!… Y enseguida fueron degollados por el nombre de Cristo.

¿Cabe mayor sencillez y mayor autenticidad?… Así son todas las Actas.

 

Como HISTORIA, no encontraremos una igual que la carta de las Iglesias de Lyón y de Vienne, Sur de Francia, enviada a las Iglesias de Asia Menor, de Frigia y de Roma, describiendo el martirio de su obispo Potino y demás hermanos el año 177. El autorizado Tillemont dice: “Esta carta es el escrito más bello de la historia eclesiástica”. Y el impío y blasfemo Renán, reconoce: “Una de las piezas más extraordinarias que posee literatura alguna”. ¡Lástima que sea tan larga y no podamos transcribir más que unas líneas escuetas!

Se debió todo a un tumulto popular. ¿Y cuántos fueron los mártires? Nadie lo sabe. Muchos. “Soportaron todo un cúmulo de atropellos de la plebe, desatada en masa; se los seguía entre gritos, se los arrastraba y, despejada entre golpes, llovían piedras sobre ellos, se los encarcelaba amontonados. Llegado el gobernador, fueron llevados ante su tribunal y tratados por él con la más refinada crueldad”. El joven Vetio Epágato, abogado brillante, tomó sobre sí la defensa; el gobernador le dio la razón, pero, sospechando algo, le preguntó si él era también cristiano. -¡Sí, lo soy!… Hubo bastante. La turba se enfureció, Vetio pasó al grupo de los acusados, y todos confesaron con él su fe, sin defensa alguna.

Y vino un momento trágico. Ante los tormentos que se preparaban, “todos nos consternamos por el temor de que algunos pudieran apostatar”. Y sí, aparecieron los cobardes y llegaron las apostasías. “De allí en adelante, los tormentos que tuvieron que soportar los santos mártires sobrepujan toda narración. La rabia de la chusma y del gobernador se desfogó en especial sobre Santo, diácono de Vienne; sobre Maturo, recientemente bautizado, pero que ya era un atleta; sobre Átalo, que había sido siempre columna de nuestra Iglesia, y, finalmente, sobre Blandina”.

Tengamos presente a Blandina, pobre esclava, pequeña, pero que no tenía de “blanda” sino el nombre, pues fue colosal, como lo reconoce la carta: “Cristo quiso mostrar por Blandina cómo lo que entre los hombres parece vil, informe y despreciable, alcanza delante de Dios grande gloria. Su señora, también entre las filas de los mártires, temió que por la debilidad de su cuerpo no tendría fuerzas para la confesión de la fe; pero Blandina se llenó de tal fortaleza, que sus verdugos, relevándose unos a otros y atormentándola con toda suerte de suplicios de la mañana a la tarde, llegaron a fatigarse y rendirse”.

“También Santo, no declaró ante el tribunal ni su propio nombre, ni ciudad de origen ni condición de esclavo o libre, sino que se limitó a decir: ¡Soy cristiano!”. De ahí que, furiosos el gobernador y los verdugos, después de mil tormentos, “le aplicaron láminas de bronce rusientes a las partes más delicadas del cuerpo, todo él convertido en una llaga y tumor, contraído y sin forma exterior de hombre”.

 

Al obispo Potino, de noventa años, “lo arrastraron ante el tribunal por el suelo y descargaron sobre él una lluvia de golpes. Los que estaban cerca lo destrozaban a bofetadas y puntapiés. Finalmente fue arrojado a la cárcel donde a los dos días expiró”. Siguieron los suplicios sobre los atletas de Cristo, que “avanzaban con caras bañadas de gloria y gracia; sus mismas cadenas las ceñían como un adorno y distinción, igual que luce una novia engalanada sus franjas recamadas de oro, a la vez que despedían el buen olor de Cristo, hasta tal punto que algunos creyeron que se habían ungido con ricos perfumes”.

Muchos de los tormentos se les aplicaron ante el tribunal, contemplados por la chusma. Después, volvían al circo. “Mauro, Santo, Blandina y Átalo fueron expuestos a las fieras para general espectáculo, dándose expresamente un día de juegos a costa de los nuestros. Mauro y Santo, como si nada hubieran sufrido antes, tuvieron que pasar una y otra vez al anfiteatro para toda escala de torturas. Restallaron otra vez los látigos sobre sus espaladas, tal como allí se acostumbra, y fueron arrastrados por las fieras. El último tormento fue el de la silla de hierro rusiente, sobre la que dejaron socarrar los cuerpos hasta llegar a los espectadores el olor a carne quemada. Finalmente, fueron degollados”.

“Blandina, colgada en un madero, estaba expuesta para presa de las fieras, soltadas contra ella. El sólo verla colgada en forma de cruz y en fervorosa oración, infundía ánimo a los combatientes, pues contemplaban así al Cristo que fue crucificado por ellos. La llevaron de nuevo a la cárcel, guardada para otro combate”. “También Átalo, reclamado a gritos por la muchedumbre porque era persona distinguida, entró en el anfiteatro con paso firme y se le obligó a dar la vuelta con un letrero delante que decía: “Este es el cristiano Átalo”.

 

Durante una tregua de tiempo, muchos murieron en las terribles cárceles. Hasta que se reanudaron los espectáculos en el circo ante la muchedumbre enfurecida. Pero la gracia de Dios se manifestó espléndida en lo que era lo más temible. A vista de tanta valentía de los compañeros, muchos de los cobardes que habían renegado de la fe volvieron sobre sus pasos, la profesaban ahora con decisión, y pasaron a engrosar las filas de los mártires. “La mayor parte de los que habían abandonado la fe volvieron a entrar en el seno de la iglesia, y, otra vez concebidos, recobraron el calor vital, y, vivos y llenos de vigor, se dirigieron al tribunal”. Todos confesaron valientes la fe. Los animaba por señas Alejandro, conocido médico. Y al darse cuenta la muchedumbre de que la vuelta de los renegados se la debían a él, fue también interrogado, y respondió: ¡Soy cristiano!… El gobernador lo condenó a ser echado a las fieras en el anfiteatro junto con el noble Átalo. Pasados por una multitud de torturas, al fin fueron degollados. Antes, Átalo había sufrido la silla de hierro rusiente, “y socarrándolo todo, el vapor de grasa quemada subía hasta las narices de los espectadores”.

 

El gran espectáculo iban a darlo Blandina y Póntico, muchacho de quince años. Los días anteriores eran llevados al anfiteatro para que vieran los tormentos de los mártires, se acobardasen y renegaran. La muchedumbre se enfureció contra ellos. Pero Póntico, animado por Blandina, sufrió todas las torturas que ya conocemos “y al fin exhaló su espíritu”.

La última, Blandina, ‘jubilosa y exultante ante la muerte, como si estuviera convidada a un banquete de bodas y no condenada a las fieras. Después de los azotes, tras las dentelladas de las fieras, tras la silla de hierro rusiente, fue finalmente envuelta en una red, y soltaron contra ella un toro bravo, que la lanzó varias veces a lo alto. Fue finalmente degollada, teniendo que confesar los mismos paganos que jamás entre ellos había soportado mujer alguna tales y tantos suplicios”.

 

Y así miles y miles de mártires. Las Actas y las Historias sobrecogen de pavor y nos pasman. Sólo Jesucristo puede gloriarse de seguidores semejantes.